La ensalada es, quizá, el plato que más inventiva y creatividad permite. Da igual si eres un chef profesional con estrellas Michelin o un pobre superviviente en la cocina de tu propia casa. No hay normas. Vas echando cosas que te gustan y punto. Es mezcla, alegría, diversión, libertad. ¿Lechuga? ¡Eso era hace siglos! ¿Tomate? ¿Y por qué no una zanahoria escabechada? ¿Sal? Como si quieres solo especias.
Pero ojo, que aunque no hay nada obligatorio, sí hay algo necesario, imprescindible, en una ensalada: el aceite de oliva virgen extra. El elemento mágico, el que lo liga todo, el que realza los sabores, el que lubrica los ingredientes, el que da sentido al plato. Y, por si no bastara con eso, es supersano. Y es que gracias a su composición (ácidos grasos omega 3, antioxidantes…) previene enfermedades cardiovasculares, protege el cerebro del deterioro cognitivo, refuerza el sistema inmunológico, reduce el riesgo de padecer diabetes de tipo 2, fortalece los huesos, ayuda a la función digestiva, mejora la piel y tiene propiedades anticancerígenas.